El tiempo, es una amante celosa que reclama siempre más atención de la que tú le brindas. Y te consume. Te consumen sus réplicas y las consecuencias de tu desacertada indiferencia. El tiempo avanza, te agarra de la mano pero tú te sueltas.
Todo lo que quiero, todo lo que necesito, es tiempo. Y sin embargo, yo no sé cuidar de ti.
Te pido siempre, siempre te pido: unas horas, unos minutos, unos segundos. Qúedate conmigo tiempo, no te escapes entre las yemas de mis dedos.
El tiempo no nació para esperar a nadie. Como bien decía Leiva: de los cielos a la pólvora mojada.
Hasta que se te cruza en el camino una nueva chispa. Taquicardia.
Y todo se volvió azul intenso. Se paró el segundero. Y vuelve a pararse cada vez que te acercas al cénit de esa taquicardia, pero como ya dije, al tiempo le pueden los celos y en cuanto te alejas sale corriendo para recuperar todos los que segundos que le debes.
Esa es tu lucha, tratar de detenerlo hasta que ganes la guerra o te consumas en el intento.