Cuando la persona a la que quieres te hace mucho daño, ese órgano indispensable del cuál dependes, deja de latir y se divide en miles de millones de pedacitos. Y claro, sales a buscarlos.
Mientras que los vas recogiendo te armas de valor para dar la cara ante el culpable, pero tardas tanto en reunir de nuevo todas las piezas y reconstruirte que cuando vas a enfrentarte a él sólo tienes como enemigo al viento porque el causante de tu desdicha se ha ido alejando tranquilamente.
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