Y su grito desgarró el gran silencio que reinaba en la galería.
Si sus ojos no le fallaban lo que tenía ante ella era una sombra.
Una sombra que iba poco a poco adquiriendo rasgos conocidos.
Unos ojos castaños, que escupían fuego por las pupilas, una cara diabólica que habría aterrorizado al más valiente caballero; y ahí estaba su peor pesadilla. Ella. Era ella misma. La imagen duró tres segundos y terminó tan rápido como había empezado; los ojos, la cara y todo lo demás desapareció
y entonces sólo quedó una niña asustada por el aterrado grito de su amiga.
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