Es tan típico ponerse nostálgico las últimas horas del año... tan típico que realmente dudé en escribir esta entrada. Si algo persigo es la originalidad y no creía ser fiel a este principio publicando esto pero finalmente lo he considerado necesario. Necesario para terminar de cicatrizar viejas heridas, necesario para cerrar puertas inútiles, necesario pasar página y cambiar de libro.
2014 no ha sido un gran año, no ha habido grandes días, solo buenos días, de esos que cualquiera podría tener con tan solo levantarse de la cama. 2014 me ha robado muchas sonrisas, bastantes lágrimas, aficiones, sueños, amistades, amor... pero en realidad no creo que eso sea tan malo. La felicidad no se entiende sin sufrimiento y esto me sirve para pensar que después de lo malo siempre viene algo bueno. Sí, ya no compito en una pista de voleibol pero sigo yendo al gimnasio. Sí, ciertas personas salieron de mi vida pero no fueron pérdidas, solo había que hacer espacio a las nuevas que entraban.
En estos días he visto resquicios de lo que el 2015 me depara y, ¿la verdad? me gusta. Es pronto para anticiparse pero por el momento veo grandes oportunidades. Grandes oportunidades para hacer grandes cosas y abrirme a grandes personas. Porque lo que tengo claro es que voy a seguir arriesgándome. Arriesgándome a sufrir, o a no hacerlo, arriesgándome a todo y a nada, porque el riesgo siempre es de un 50%, o, como me gusta verlo a mí, tan solo de un 50%.
Si algo puede salir mal no tiene porque salir mal, chicos. Que me hayan salido las cosas mal este año no tiene porqué ser un seguro de que vaya a seguir sucediendo en el próximo.
Así que este ha sido mi año; complicado, difícil y doloroso en muchos aspectos, pero, como todos saben, soy una romántica, y voy a seguir creyendo que la felicidad está a la vuelta de la esquina. Y yo, esta vez con una de las sonrisas robadas, la estaré esperando con los brazos abiertos, para recibirla así, a quemarropa.
Porque nosotros solo somos recuerdos y yo quiero hacer maravillas de los míos.